POSTALES DE MI CLORINDA: “SI LLEVAS TU INFANCIA CONTIGO, NÚNCA ENVEJECERÁS

Cómo no recordar esos momentos en que las emociones e imágenes se grabaron a fuego en el álbum de la memoria. Y volver de algún modo a esa ilusión que es patrimonio exclusivo de los niños.

La niñez es esa época preciosa, maravillosa de nuestra vida que nos trae buenos recuerdos, y por eso permanecen por siempre en nosotros

Fue la época en que aprendimos a percibir el mundo, a expresarnos, a relacionarnos. A tener actitudes utópicas.  

Mi amigo Obdulio “Pochi” Filippini y yo tuvimos una infancia llena de alegrías; feliz, sencilla, humilde, pero extremadamente feliz; con buenos momentos y porque tuvimos esa mágica capacidad de sorprendernos ante cada descubrimiento y así fuimos construyendo nuestros recuerdos y memoria. Capaces de soñar, y hacerlo despiertos.

La educación en esa época era de ilustración, no de adoctrinamiento. Una maravillosa etapa de presentes, sin pasado, sin futuro. Por eso fuimos felices.

A pocas cuadras de nuestras casas paternas, sobre Avenida 25 de Mayo y lo que es hoy el paseo ribereño, o de la costa, o Barrera Perimetral si se prefiere; se encontraba dispuesta la estación de provisión de agua para el camión tanque municipal.

Las aguas eran tomadas del Río Pilcomayo, aunque hoy resulte difícil imaginar, en aquellos años de caudal importante.

El viejo camión Stork recorría las calles cumpliendo la esencial tarea de regarlas, para aplacar el infinito polvo que cubría cada casa, cada esquina, cada baldío de entonces.

Y uno de los personajes de nuestra aventura era nada menos que “Pinocho”.

Lamento no recordar el nombre de Villalba, pero era uno de los que, como empleados municipales conducían el camión regador y el apodo era por la particular nariz. El otro fue “Tucán” Palmeri. 

Ellos nos permitían acompañarlos en la rutinaria tarea. Tal vez, como Geppetto, el anciano carpintero del cuento, se sentían solos y tristes y por ello consentían nuestra compañía, transformándose así en una suerte de “Hadas de los Imposibles”

“Pinocho” era hombre de pocas palabras, pero respetuoso y con un tic característico.

Mirada al horizonte y cavilando quien sabe sobre qué cuestiones, realizaba su tarea diariamente y transformaba a Clorinda en el “País de los dulces y los Juguetes”, pues nos divertíamos mucho en cada ocasión.

Alegría y emoción solo comparable años después cuando frecuentábamos las “Tabernas del Gamberro”.

Para esos años, de pocos vehículos, resultaba un hecho significativo e importante el recorrer las calles clorindenses en uno de ellos.

Y gracias a la generosidad de “Pinocho” y “Tucán”, nosotros éramos unos de los pocos privilegiados y además nos permitían accionar la palanca que interrumpía el flujo hídrico cuando el camión se cruzaba con algún peatón o persona en bicicleta.

Sumábamos a la aventura el regreso a casa, desde el punto más lejano, caminando o corriendo y realizando alguna travesura.

Como en el conocido cuento; la vida nos fue dando los “Pepes Grillos” necesarios (nuestras conciencias) y con sus apropiados concejos – y a pesar de los zorros Juan y gatos Gedeón que abundan en este valle de lágrimas – aprendimos el valor del respeto, el esfuerzo, la responsabilidad y la amistad, a tomar conciencia de nuestros actos, y nos transformamos en hombres de trabajo que nunca mentimos.

A mediados del año 1962, arribaron a Clorinda dos portentosos Camiones Kenworth, de doble eje; pertenecientes a la “Empresa Nacional de Construcciones Públicas” que pavimentaron la Ruta Nacional N° 11 desde Formosa a Clorinda.

Dos de sus conductores fueron; uno de apellido Ubaldo y el otro Casas. También nos permitían recorrer la ciudad con ellos, pues habíamos entablado amistad, cuando visitaban la casa alquilada de los Ingenieros de la empresa y que estaba ubicada al final de la calle Chaco.

Nuestro pasatiempo favorito en esa época era subir al frondoso árbol existente a la orilla del río, para observar a las esposas de los ingenieros; una de pelo rubio y otra de pelo negro. Ambas de pulposas figuras que gustaban de tomar sol en el patio interno de la casa.

Años después, exámenes médicos, usando la tabla de Snellen determinaba dificultades de la visión. Haber sabido antes para buscar largavistas apropiados.

Que sabíamos nosotros de la salud ocular, pues gustosos hubiésemos realizados ejercicios para mejorar la visión lateral, y entrenar los músculos oculares para lograr una mejor experiencia.

Con práctica previa, otra cosa hubiese sido.

 “A VECES LA INFANCIA ES MÁS LARGA QUE LA VIDA”

Ana María Matute

Ovidio F. Gómez